(Acta Sanctorun, Aprilis, III, pp. 186 – 187) Abrazó la cruz con todo su cuerpo De todas partes acude el populacho, y a la expectativa de lo que el jefe de la ciudad hará con San Adalberto, vociferan mostrando las fauces como perros furiosos. Entonces el santo hombre, a quién se la había preguntado quién era, de dónde era y porqué motivo había llegado allí, responde por su parte con voz suave: “ Nací en Bohemia, me llamo Adalberto, monje por profesión, en otro tiempo obispo por ordenación, ahora apóstol de ustedes por oficio.
El motivo de mi viaje es la salvación de ustedes, para que abandonando los ídolos sordos y mudos, conozcan a su Creador, que es el único Dios y fuera del cual no hay otro, a fin de que creyendo en su nombre tengan vida y merezcan recibir los premios de los gozos celestiales en los atrios inmarcesibles “. Esto dijo San Adalberto. Pero aquellos, indignados desde hacía tiempo y gritando blasfemias contra el, lo amenazan de muerte. El furor pagano llegó al extremo y cayendo ellos con gran ímpetu sobre él y sus compañeros, los encadenaron. San Adalberto de pié, atado contra Gaudencio y el otro hermano, les dijo: “ Hermanos, no se entristezcan. Saben que padecemos estas cosas por el nombre del Señor, cuya virtud supera todas las virtudes; su belleza, todas las hermosuras; cuyo poder es inexpresable; su piedad única: ¿que hay más fuerte, más bello que entregar la dulce vida por el dulcísimo Jesús?” De entre esa turba enfurecida saltó violentamente Sigo, y arrojando con todas sus fuerzas una flecha inmensa, la atravesó de pare a parte el corazón, y de la doble herida brotó sangre purpúrea.
San Adalberto, de pie, ora con los ojos y las manos vueltos hacia el cielo. Un torrente rojo sale de la vena y una lluvia de flechas abre siete inmensas heridas. Librado de sus cadenas extiende los brazos en cruz y, con humilde súplica clama al Señor por su salvación y la de sus perseguidores. De este modo aquella alma santa vuela de su cárcel, de este modo su noble cuerpo luego de haber experimentado la Cruz, cae en tierra: de este modo después de entregar su vida en un río de sangre, goza por fin para siempre de su amadísimo Cristo en las moradas celestiales.