Su infancia y juventud fueron difíciles. Principalmente por la pérdida de los padres y de otras personas que, caritativamente, se habían interesado por él. No tuvo oportunidad de estudiar ni de seguir su vehemente deseo de ingresar en la Orden Agustiniana. Maduró su vocación religiosa en una intensa vida cristiana, vivida en su parroquia, donde fue un joven comprometido con la acción pastoral.
Sólo muy tardíamente pudo incorporarse al seminario agustino. Cuando comenzó los estudios secundarios era un joven que había madurado humanamente por los muchos sufrimientos padecidos, y espiritualmente por su intensa vida cristiana. Asumió, con humildad, compartir aula y régimen de seminario con compañeros adolescentes.